Con luces y sombras, aciertos y equívocos;
con la curiosidad propia de una tarea cultural,
con fervor y observación trataré
de seguir la empeñosa tarea de bucear historias
dejando de lado mis miedos y timidez, rescatar
todo lo conversado con distintas personas buscando
en los rastros lejanos de inmigrantes se necesitó
paciencia a fin de hallar ecos de antiguos negocios.
Lo primero, apreciando aquel esfuerzo de pioneros
que poco a poco, como el alma del viejo pueblo
Reynaldo Cullen (estación Laguna Paiva)
fueron muriendo ante el avance de lo moderno.
Por mencionar algunos, sin poder decir todo en
esta página, aquellos grandes almacenes
de ramos generales de don Esteban Fernández,
de Peláez Quintana donde
la ausencia de luz eléctrica se complementaba
con la frescura de los sótanos donde se
colocaban los alimentos y el vino en toneles para
luego venderlo suelto. Era el auge del ferrocarril,
el vino llegaba directo de Mendoza, trasladando
las bordelesas en carros y con la ayuda de empalizadas
se bajaban a los sótanos.
Muchos productos llegaban de España a
Buenos Aires y de allí en tren a este lugar.
Artículos como bacalao, frutas secas, aceite
de oliva; las marcas Ban, Ibarra y Guadalquivir,
algunos habitantes que no tenían sótanos
bajaban en baldes el vino por medio de cadenas
y roldanas a los pozos de agua.
Nombremos la tienda de don Luis Rodríguez,
grande e importante Tienda El Globo inaugurada
en la primer década frente a la histórica
plaza, se trasladó donde aún
es atendida por los descendientes de la familia
Daniel; la ropería y tienda La
Bonita de Wadi T. Saba, ubicada en Alberdi
y Crespo. Recordemos la panaderías Fuentes,
Buemo y de don Alegría; a don
Francisco Andreu (el farmacéutico)
y su botica donde mezclaba, dosificaba drogas
y daba instrucciones de su uso.
La librería de don Gregorio Pérez
en Maipú y Moreno; don Yumbrini,
el primer heladero que en forma de libritos y
artesanalmente hacía sus helados y vendía
en su casa de calle Sarmiento; también
recorría las calles con su carrito, anunciando
su paso con una corneta vendiendo sus productos.
El primer vendedor de hielo
fue don Diez, con reparto a domicilio
el hielo llegaba en vagón cerrado cubiertas
las barras de aserrín y bolsas de arpillera.
En calle Ingeniero Boassi estaba la zapatería
de Francisco Ramos, venta de
calzados finos, arreglos y fabricación
por encargue a medida. En la esquina de Maipú
y Moreno la zapatería de González,
casi todos españoles; las modistas dedicadas
a la confección de trajes especiales para
fiestas y casamientos; las hermanas Rosso, el
primer sastre fue Calógero Gearratana,
un peluquero venía de Santa Fe
y visitaba casa por casa, lo mismo que
el joyero don Muñoz, que ofrecía
su mercancía. Más adelante Céttolo
instaló su joyería que hoy es atendida
por sus familiares. Fontanini,
muy buen fotógrafo, tenía su pequeño
estudio en calle Sarmiento. La primer pompa fúnebre
perteneció a don Petinarolli.
Don Bruno Baranosky instaló
su horno de ladrillos en barrio Los Hornos.
Viendo la necesidad y el progreso inminente compró
muchos terrenos e instaló una fábrica
de mosaicos en calle Moreno. Enfrente colocó
una carpintería y mueblería. De
esa manera construía las casas, las amueblaba
y las vendía en cuotas. Ocupaba muchos
obreros, era un gran trabajador y visionario.
Realizó construcciones también en
otros pueblos.
Don Batuecas Delgado fue verdulero y
luego periodista, director del primer periódico.
El primer sodero fue Brancolino,
los sifones eran de vidrio azul y verde, con cabezas
de plomo. Valera, el carnicero.
Los primeros expendedores de nafta con surtidores
fueron Doffo y Panicale; el primer
taller de reparación de autos de don
Demarchi; el primer cine
fue el San Martín, con
sección familiar todos los domingos.
Las calles de tierra, los carros, los sulkys,
los caminos aledaños viboreando entre chañares
y aromitos de donde la gente de campo, los colonos,
llegaba a hacer sus compras recalando en aquellos
almacén y despacho de bebidas de Montibelli,
Roselló, Riera,
Lanzo, Baraca,
Ferrería, don Gregorio,
Rapaport, Pascual...
Lejanas voces de otros rostros como el silbato
del tren ausente, otros destinos escapando en
el último vagón con la memoria.