En
aquellos tiempos no habia prejardin ni jardin.
Entrabas asi nomas, de sopeton, en primero inicial.
Yo me habia venido preparando con el libro Upa,
y una libreta de almacenero donde garabateaba
algunas letras y números. me recuerdo
parado sobre la sillita baja de mi casa, embutido
en el guardapolvo almidonado, mi vieja empeñandose
en hacer con mis pelos duros algo parecido a
un jopo, como correspondia peinarse a un escolar
de entonces. no usaba moño ni corbata,
pero sentia que un nudo me cerraba la garganta.
La abri con un sollozo nervioso.
Mi
viejo, que estaba a mi lado, me pregunto por
que lloraba, discimulando mi emocion, le conteste
que yo no sabia nada para ir a la escuela "Pero
hijo, me dijo serenamente como para alentarme,
por eso vas a ir a la escuela, para aprender".
Así comence mi vida escolar en la escuela
31, la misma a la que habia ido mi padre, cuando
aun no tenia edificio propio, y a la que vino
mi hijo cuando ya tenia este nuevo.
Tres
generaciones pasamos en estos 100 años
de la 31.
Yo
concurrí a la escuela grande, al llamado
de aquella campana de tañido inconfundible.
En esta escuela me enseñaron a leer.
Desde entonces en mi vida tal vez lo que mas
tiempo y pasión he dedicado, ha sido
la lectura. Ademas del abecedario, aprendí
que sumar es mas provechoso que restar, y que
es mejor multiplicar que dividir.
Es
justo que recuerde a quienes merecen toda mi
gratitud, las maestras, para lo cual, no recurro
a mi memoria, sino a mi corazón. La señorita
Angeloni, Nidia Perez,
Teresita Trevisán, la señora
Hilda de Escalera, Alicia
Sosa (La de 6to) y a la maestra de
música, Haydeé Lopez.
Tambien es justo evocar a aquella escuela grande
¡Y que grande que era aquella
escuela! Ocupaba media manzana.
En
el costado sur estaba el patio de las niñas,
tan grande que tenia un Ombú, varios
eucaliptus y espacio para hacer las rondas.
Del
lado norte, el patio de los varones, igualmente
arbolado, y en un rincon, el de la esquina de
Ingeniero Boassi y Primero de Mayo, sobrevivia
una pequeña reserva del monte nativo.
En ese patio donde no crecia el pasto, vimos
nacer el Primer Colegio Nacional. En
el centro, entre las 2 alas de galerias y aulas
estaba el patio de ceremonias, embaldosado,
con las escalinatas al mastil y la fuente de
agua, donde le tirabamos miguitas a los pececitos
de colores.
El frente de la escuela daba a la calle Boasi.
Alli estaba la puerta principal donde se paraba
el Arturo con su canasta de figuritas y golosinas,
culpable de dejarnos sin las monedas para la
libreta de ahorro.
En
la planta alta, vivia el director y su familia.
En aquellos años era el Sr. Manuel
Felizar. En la planta baja estaba la
dirección, la vicedirección y
la sala de música. De todo lo hasta aqui
evocado puedo dar fe, y son testigos los cientos
de alumnos que pasamos por la querida escuela
31.
De
lo que no puedo dar fe, pero era creencia de
todos, que debajo de la dirección habia
un sótano, y en la oscuridad del sótano,
un esqueleto. A ese sótano iban a cumplir
sus penitencias los que se portaban mal, pero
muy mal. Alli
tendrian que estar los que decidieron demoler
todo el edificio sin dejarnos un cachito para
el recreo de nuestro corazon de niño.
Jose V. Ardiles.